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Relatos sobre tu huella digital

La foto que cambió todo Por Agustín-Dante-Santino Luna, Tomás y Mía eran tres amigos de 15 años que compartían

Relatos sobre tu huella digital

La foto que cambió todo

Por Agustín-Dante-Santino

Luna, Tomás y Mía eran tres amigos de 15 años que compartían casi todo en las redes sociales: fotos, bromas, vídeos y hasta tareas. Un día, Tomás subió una foto de Luna sin pedirle permiso, en una situación algo graciosa, pero que a ella le daba mucha vergüenza. En pocas horas, la imagen se llenó de comentarios y burlas. Luna se sintió muy mal y decidió hablar con sus amigos. Mía, que era más cuidadosa con lo que publicaba, le explicó algo importante: «Luna, esa foto forma parte de tu huella digital. Todo lo que subimos a Internet deja un rastro que puede afectar cómo nos ven los demás, incluso en el futuro». Tomás se dio cuenta del error y pidió disculpas. Luego, los tres aprendieron sobre las netiquetas, que son las reglas de comportamiento en Internet, como pedir permiso antes de publicar fotos de otros, respetar opiniones y evitar burlas o insultos. Desde entonces, los tres amigos comenzaron a usar las redes con más cuidado, preguntándose antes de compartir algo: «¿Esto respeta a los demás? ¿Me gustaría que lo hicieran conmigo?».

Tu huella en la red: una historia que deja marca

Por Máximo-Santiago

Una tarde, después de clases, Máximo y Santiago estaban en la plaza usando sus teléfonos. Santiago le contó con alegría que había creado su primera red social y que su perfil era público. Máximo, con amabilidad, le advirtió que tuviera cuidado con lo que publicaba. Santiago preguntó por qué, y Máximo le explicó que todo lo que subimos a Internet deja una huella digital, es decir, un rastro de fotos, mensajes y comentarios que pueden… Le aconsejó tener el perfil privado y pensar antes de publicar. Santiago entendió que cuidar su huella digital era cuidarse a sí mismo.

Huella digital

Por Morena-Catalina

En un mundo hecho de códigos invisibles, la gente caminaba por calles digitales que parecían tan reales como las de cualquier ciudad. Allí, las puertas no eran de madera ni de hierro, sino de claves secretas. Algunos confiaban demasiado, dejando sus llaves tiradas al alcance de cualquiera. Otros abrían sus casas virtuales a extraños con sonrisas sospechosas. Entre sombras y criaturas disfrazadas de amigos, esperaban el mínimo descuido para robar recuerdos, secretos o incluso identidades.

Cris, un chico astuto y curioso, empezó a notar esas trampas. Aprendió que cada elección podía salvarlo o condenarlo: usar una llave más fuerte, desconfiar de las máscaras, pensar dos veces antes de hablar. Poco a poco, se volvió un explorador cuidadoso en ese universo de luces y pantallas. Con el tiempo, entendió que no era solo un juego. Era su vida la que estaba en juego, y cada paso digital podía dejar huellas eternas.

Cuidado con lo que compartes. Alma, Mía, Camila y Alan, todos de 15 años, estaban en la plaza revisando sus redes sociales. De repente, recibieron mensajes de desconocidos pidiendo fotos y ofreciendo archivos extraños. Al principio, pensaron que era divertido, pero pronto se sintieron incómodos. Recordaron que todo lo que suben a Internet deja una huella digital y que no siempre es seguro. Aprendieron a pensar antes de publicar y a revisar la privacidad de sus cuentas. Desde ese día, Camila y Alan navegan por Internet con más cuidado, recordando que lo que comparten en línea puede tener consecuencias reales.