No era un sueño, era una nutria
Por Lucía Me desperté una mañana sintiendo algo extraño. El sol apenas entraba por mi ventana, pero no estaba

Por Lucía
Me desperté una mañana sintiendo algo extraño. El sol apenas entraba por mi ventana, pero no estaba en mi cama. No. Estaba acostada sobre algo húmedo y blando. Al abrir los ojos, lo primero que vi fue agua por todos lados. ¡¿Agua?! Y al mirar mis manos…ya no eran manos, eran… ¡¿Patas?! ¡Patas pequeñas y cubiertas de un marrón brillante!
-¿Por qué…qué es esto? – no pude hablar, lo único que salió de mi boca fue un chillido agudo.
Salté, o más bien rodé, y caí al agua. Al principio, el pánico me invadió y creí que me ahogaba. Moví las patas torpemente pero, para mí sorpresa, mi cuerpo sabía exactamente qué hacer. Me deslicé por el agua con mucha facilidad, como si hubiera nadado así durante toda mi vida. Sentí el frío del agua por todo mi cuerpo, y ni me inmuté, entonces fue ahí cuando me di cuenta: me había convertido en una nutria.
Entré en desesperación. ¿Cómo volvería a casa? ¿Qué diría mi familia? Pero poco a poco comencé a disfrutar de zambullirme en el agua y sentirla recorrer todo mi pelaje. Encontré una piedra y me acosté sobre ella, antes de comenzar a golpear una almeja contra ésta hasta que se abrió. La probé y estaba deliciosa.
Con el tiempo aprendí a construir pequeñas madrigueras y a deslizarme por los toboganes de barro, aunque solo por diversión. Durante el día, me dedicaba a buscar peces y, por la noche, me acurrucaba en mi madriguera escuchando el relajante murmullo del agua.
No sé mañana, no dentro de siete días o un mes, pero por ahora sigo siendo una nutria. Y si me disculpas, tengo un pez que atrapar.