Blog Letras y Autores

Entre ramas y recuerdos

Por Milena Era una mañana común cuando me desperté con una sensación extraña. El sol entraba a raudales por

Entre ramas y recuerdos

Por Milena

Era una mañana común cuando me desperté con una sensación extraña. El sol entraba a raudales por la ventana, iluminando mi habitación desordenada, pero algo en el aire me decía que ese día sería diferente. Me levanté de la cama y, al mirarme en el espejo, noté algo fuera de lugar: mis manos estaban más peludas de lo habitual.

Al principio pensé que era solo una ilusión causada por la falta de sueño, pero a medida que avanzaba la mañana, la sensación de rareza crecía. Mis dedos se alargaban y se retorcían, y una inquietante energía recorría mi cuerpo. La transformación comenzó lentamente; mis brazos se sintieron más fuertes y mis piernas más ágiles.

Decidí salir a dar un paseo para despejar mi mente. Mientras caminaba por el parque, vi a otros humanos: niños jugando, adultos conversando, y un grupo de jóvenes riendo en un banco. Me sentí extraño entre ellos, como si perteneciera a otro mundo. Cuando intenté saludar a un amigo, una risa involuntaria salió de mi boca; no era una risa humana, sino un sonido primitivo que resonó en mis oídos.

A medida que avanzaba el día, mi metamorfosis se intensificó. Mis sentidos se agudizaron; podía oír cada susurro del viento y captar los aromas más sutiles de las flores. La naturaleza me llamaba con una fuerza irresistible. Decidí seguir ese impulso instintivo y me adentré en el bosque cercano.

Allí, rodeado de árboles altos y susurros de hojas, experimenté una libertad que nunca había sentido antes. Saltaba de rama en rama con facilidad sorprendente, sintiendo cómo mi cuerpo se movía con gracia y agilidad. Miré hacia abajo y al notar mi reflejo en un arroyo me quedé atónito: un mono gigante y curioso miraba de vuelta. No podía creer lo que veía, era mi nueva apariencia.

La repentina noticia de mi nuevo aspecto me impacto de tal modo que solté las ramas y comencé a caer en dirección a unas rocas que bordeaban el arroyo, por lo que creí que moriría y cerré los ojos para disfrutar de una última brisa fresca.

De pronto, en el último instante de la caída, sentí una mano que me sostuvo y evitó el impacto. Era un igual, otro mono gigante, ruidoso, peludo, con dedos alargados, pero esta vez esa apariencia no me afectó en lo más mínimo, solo veía a mi salvador, la mano que no dejó que me caiga.

Una vez en suelo firme, me di cuenta que ese mono que salvó mi vida no era el único presente, estaba acompañado de toda una familia de monos, los cuales eran muy sonrientes y me aceptaron como un integrante más en cuestión de minutos.

Los próximos días pasaron volando, aprendí sus costumbres, su forma de comunicación, y me sentí muy atraído y a gusto con la nueva forma de vida que estaba atravesando, como si hubiera escapado de una prisión en la cual estuve encerrado por años.