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El guardián del monte

Por Benjamín, Nehuén, Lautaro y Leónidas Dicen los ancianos que en lo más profundo de la selva vivía un

El guardián del monte

Por Benjamín, Nehuén, Lautaro y Leónidas

Dicen los ancianos que en lo más profundo de la selva vivía un ser extraño, al que todos llamaban el Cachirú. No era hombre ni animal.

Su cuerpo pequeño parecía el de un zorro. Sus ojos brillaban rojos como brasas encendidas. Y su voz podía imitar la de cualquier persona.

El Cachirú salía solo de noche. Cuando la luna estaba llena, recorría los senderos del monte. Nadie sabía de dónde venía ni hacia dónde iba. Algunos lo consideraban un espíritu. Otros aseguraban que era el alma de un niño perdido hace siglos.

Se decía que el Cachirú ayudaba a los que respetaban la naturaleza. Guiaba a los leñadores hacia árboles secos, para que no talaran los verdes. Mostraba a los cazadores qué animales no debían tocar. Y señalaba a los viajeros la presencia de agua fresca en los arroyos ocultos.

Pero también podía ser vengativo. Si alguien destruía el monte sin necesidad, el Cachirú lo confundía. Le hacía escuchar voces falsas que lo llevaban en círculos. Lo empujaba a caminar toda la noche sin encontrar la salida. Al amanecer, aquel intruso amanecía exhausto y asustado.

Un joven orgulloso quiso atraparlo. Creyó que así se volvería famoso en su aldea. Tendió redes y trampas alrededor del río. Esperó toda la noche, convencido de que lo lograría.

Al amanecer escuchó pasos detrás de él. Creyó que era el Cachirú atrapado. Pero al girar descubrió que estaba solo. Rió con burla, hasta que sintió que sus pies se hundían. Había caído en su propia trampa. Nadie volvió a verlo durante varios días. Cuando regresó, venía cambiado. Ya no se burlaba de los espíritus del monte. Contó que el Cachirú lo había liberado. Pero solo después de hacerle prometer respeto a la selva. Desde entonces, los pobladores dejaron ofrendas en la selva para el cachirú.

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