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El guardián del altillo

POR AILÍN-JUSTINA y MÍA | No sé si alguna vez te pasó, pero yo juraba que en el altillo

El guardián del altillo

POR AILÍN-JUSTINA y MÍA |

No sé si alguna vez te pasó, pero yo juraba que en el altillo de la casa había algo raro.

No era miedo, ¿eh?… Era esa sensación extraña, como cuando sabés que alguien te está mirando, aunque estés solo.

Para empezar, me llamo Tobías, y todo comenzó un martes, en la casa de mis abuelos, a la cual me mudé cuando ellos fallecieron, hace unos años.

Ese día llovía a cántaros y se había cortado la luz. Subí con una linterna al altillo a buscar unas velas. Pero el lugar estaba lleno de polvo, cajas viejas y telarañas por todos lados. Hasta que encontré una telaraña distinta… enorme, brillante, casi como si estuviera hecha de hilos de plata. Me acerqué a ella y, por curiosidad, la toqué.

Ahí fue cuando la cosa se puso rara. Sentí un cosquilleo en los dedos, como electricidad. De golpe, una voz chillona me habló desde la oscuridad:

— ¡Che, loco! ¡¿Qué hacés tocando mi red?!

Casi me caigo del susto, por no decirlo de otra forma. Vi entre las sombras y el polvo… una araña. No una cualquiera, sino una enorme, del tamaño de un gato, con ojos que parecían linternas… y la visera vieja de… ¿mi abuelo?

— ¿Sos… una araña que habla? —pregunté, pensando que me había vuelto loco.

—Obvio, pa. Me llamo Gustavo, soy el guardián de las telarañas. Y vos acabás de activar una puerta entre mundos.

Antes de que pudiera decirle que yo solo había venido por velas, la telaraña brilló y nos tragó a los dos. Aparecimos en un bosque donde todo era gigante: los árboles, las flores, y algunas arañas lookeadas de forma simpática.

— ¡Bienvenido a Araknópolis! —me dijo Gustavo con alegría—. Acá el tiempo corre distinto, pero tranqui: mientras estés conmigo, nada te puede pasar.

Tras la sorpresa y emoción del momento, me dejé llevar por las palabras de aquella araña. Fueron pasando los días (o tal vez minutos, no sé). Conocí criaturas increíbles, aprendí a comunicarme con otras arañas, e incluso me enseñaron a tejer telarañas que contaban historias.

Pero lo más loco fue cuando Gustavo me llevó al centro del bosque y me mostró una telaraña enorme, tejida por generaciones.

—Acá están los recuerdos del mundo —me dijo—. Vos también podés dejar tu marca.

Agarré un hilo de luz y escribí mi historia.

A medida que pasaba el tiempo allí tejiendo, sentía cómo, poco a poco, en mis extremidades subía un leve cosquilleo y aparecían manchas de colores.

— Gus, ¿esto que siento es normal? —le pregunté, señalándome las pequeñas marcas que se iban expandiendo.

—Nah, amigo, es normal. La tela te da un poco de comezón —dijo la araña, despreocupada.

Lo tomé con humor, por su tonada sarcástica y relajada. Pero intenté ignorarlo hasta que ya no podía ni agarrar la aguja mágica, y exclamé un grito de dolor.

— ¡Dios mío! —grité mientras veía mi mano tomar una forma larga y peluda, como la de una araña.

—Uh, loco… no te está pegando bien la magia, me parece —dijo, intentando cubrir mi mano mientras la frotaba de manera brusca.

—No, Gus, esto ya no es normal. Quiero volver a mi mundo —dije, mientras dejaba todo y me cubría desesperado.

—Te vas a asustar con esto, Tobi, pero no es tan fácil volver —expresó con tono mentiroso—. Yo ya te veía cómodo acá. ¿No lo estabas?

—No, solo quiero volver a casa. Mi familia me espera —dije, preocupado.

— ¿Me vas a dejar solo? Te traje acá para dejar de estarlo, para que vivamos felices… como una familia —expresó con ilusión.

Le insistí una y otra vez para que me ayudara a volver. Él estaba negado, quería que me quedara a toda costa.

—Bueno… si no me vas a ayudar, voy a buscar a alguien que sí lo haga —reclamé, enojado.

—Vos no te vas a ningún lado —dijo, acercándose desesperado hacia mí.

Más rápido que un flash, apareció enfrente mío y me atrapó con una gruesa y compacta telaraña, imposible de romper.

— ¡Soltame, Gustavo! ¡Yo no pertenezco acá!

—Yo no quiero quedarme solo… ¡Ya éramos buenos amigos! —dijo entre lágrimas.

—Pero lo podemos seguir siendo… te voy a visitar en el altillo, todos los días —expresé con una sonrisa forzada.

— ¿De verdad? ¿Me lo prometés?

—Obvio. No dudes de mí, Gus. Solo… por favor, llévame a casa.

Él asintió y, con frustración, me liberó. Luego me mostró el camino hacia el centro, donde se encontraban todos los hilos que contaban cada historia de su mundo.

—Para volver, solamente tenés que cortar tu hilo —dijo Gustavo—. Y acordate: cada vez que quieras volver, solo manifestalo en tu cabeza, con el sentimiento. Así de fácil vas a aparecer del otro lado del portal. Desde tu altillo. Todo siempre va a estar en vos. No lo olvides.

Solo quedó despedirme y agradecerle. Nunca pensé que podía vivir algo así. Después de todo, le tomé cariño a ese mundo… hasta que algo dentro mío ya no me permitía seguir ahí.

Después de seguir las indicaciones de Gus, cerré los ojos y desperté en el altillo. Tenía la linterna en la mano, pero también un hilo de telaraña plateado en la muñeca, en forma de pulsera. Aunque no sé si fue un sueño… desde ese entonces, cada vez que subo al altillo, escucho una vocecita que me dice:

— ¿Y, loco? ¿Listo para la próxima aventura?