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El guardián de la cueva

Por Justina, Ailín y Mía Era una noche oscura en las montañas de la Patagonia. El viento helado silbaba,

El guardián de la cueva

Por Justina, Ailín y Mía

Era una noche oscura en las montañas de la Patagonia. El viento helado silbaba, como de costumbre, y los aldeanos de aquel pueblo hablaban entre susurros sobre el terrible monstruo que habitaba en la cueva de la montaña más alta.

Ese monstruo temido, llamado Ivunche, fue creado por brujas al robar niños recién nacidos para someterlos a rituales macabros, deformándolos y condenándolos a una vida de dolor. Con su figura enorme y peluda, tenía extremidades deformes y bruscas, una sonrisa afilada y unos ojos achinados, con mirada cansada. La figura fantasmagórica que poseía lo convertía en el guardián de las cuevas de las salamancas, donde los brujos celebraban sus oscuros rituales.

Un chico joven llamado Giovannini, curioso y valiente, escuchaba cada noche las historias aterradoras que le contaba su abuela sobre monstruos. Entre ellas, le llamó la atención la historia del guardián de la cueva. Esa cueva, en la que vivía el monstruo, quedaba a pocos pasos de su casa; por eso, la curiosidad le ganó y, una noche siguiente, se preparó para adentrarse en ella.

Agarró su mochila y guardó sogas, agua, comida y chocolate. Se puso sus botas y partió.

Al llegar a la aterradora cueva, sintió escalofríos y, aunque estaba muy oscura, decidió entrar. Giovannini estaba muerto de miedo, y cada sonido que escuchaba le ponía los pelos de punta. Siguió caminando en la cueva con la esperanza de encontrar al monstruo, hasta que, sin darse cuenta, llegó al final.

Desilusionado, intentó volver a la salida, pero era imposible: estaba demasiado oscuro. Por eso decidió sentarse en el suelo hasta el amanecer. Al recostarse en la pared rocosa, sintió un temblor y, al girar, vio cómo la pared se movía y empezaba a reflejar una luz cálida, como la de unas velas. Se levantó y se dirigió hacia la luz, pero una forma enorme y peluda se interpuso en su camino.

De manera automática retrocedió, pero ya era demasiado tarde, porque la figura se acercaba hacia él. Intentó correr, pero sus piernas fallaban: solo pudo trastabillar y caer ante la criatura.

El Ivunche, al detenerse y sentir el olor, decidió arrebatarle la mochila, desesperado por comer el delicioso chocolate que llevaba Giovannini. Él aprovechó la distracción, lanzó sus pertenencias y huyó hacia la salida.

Apenas logró salir, quedó en shock y caminó rumbo a su casa sin emitir sonido, pensando cómo podría demostrar que aquello que vivió no fue un sueño…