El último viaje
Por Nahuel, Thiago y Santiago El encierro por la pandemia había dejado una marca profunda en todos. Después de
Por Nahuel, Thiago y Santiago
El encierro por la pandemia había dejado una marca profunda en todos. Después de meses de restricciones, mascarillas y calles vacías, a finales de la pandemia tres amigos —Agustín, Thiago y Santiago— decidieron recuperar el tiempo perdido probando una aplicación misteriosa llamada Randonautica.
Uno de los lugares señalados fue un bosque cercano, lleno de rumores sobre apariciones, casas abandonadas y desapariciones. Los tres amigos lo vieron como la oportunidad perfecta para su primera aventura después de la pandemia.
Siguiendo las indicaciones del GPS, llegaron a un bosque que tenía un silencio incómodo, acompañado de la sensación de múltiples ojos observándolos entre las sombras.
Caminaron un rato hasta llegar a una cabaña escondida entre la maleza. Desde afuera parecía pequeña, más una choza que otra cosa.
Pero al abrir la puerta vieron que el interior era inmenso. Los pasillos eran largos, las habitaciones estaban en lugares extraños, como si el espacio se distorsionara con el tiempo.
Allí se manifestó por primera vez la criatura: de estatura infantil pero aterradora, piel verdosa, uñas largas como garras y hongos creciendo en su espalda. Sus ojos rojos brillaban como brasas en la penumbra. Se movía con una velocidad antinatural, y el entorno parecía distorsionarse con su presencia.
El terror sembró la separación entre los amigos. Querían mantenerse juntos, pero el lugar conspiraba contra ellos: las paredes se alargaban, las puertas se cerraban solas, los pasillos cambiaban de dirección.
Santiago se dispuso a explorar, pero se alejó demasiado. Un grito desesperado retumbó en toda la cabaña. Cuando Agustín y Thiago corrieron hacia el origen, ya solo quedaba un teléfono en el suelo, vibrando con la linterna encendida. Una mancha oscura desaparecía lentamente entre las tablas.
Thiago tartamudeaba. La criatura se dejó ver corriendo a su alrededor, cambiando de forma, riéndose con ecos distorsionados. Hasta que un golpe seco lo arrancó de la realidad. Murió.
Quedó solo Agustín.
El último de los tres se aferró a la cámara. Tenía que dejar un registro, una prueba de que no era un juego ni una broma. Si lograba escapar, quizá podría advertirle a la policía.
Por un instante, Agustín vio frente a sí a Thiago, vivo, extendiendo la mano. Pero la ilusión se rompió cuando notó los ojos rojos brillando en la penumbra. Aun así, con la fuerza de la desesperación, corrió hacia lo que parecía ser una ventana iluminada.
La luz era un anzuelo. Se deformó con la criatura, convirtiendo el resquicio en una trampa.
La última imagen grabada fue el rostro de Agustín, desfigurado por el terror antes de ser tragado por la oscuridad.
La cámara, caída en la hierba húmeda con la cabaña de fondo, continuaba grabando… esperando nuevos exploradores que buscaran emociones en un mundo recuperado, pero no así, el bosque.
