Blog Letras y Autores

Una noche de escalofríos

Por Katherine y Samira Era una noche helada en la Patagonia. El viento silbaba entre los árboles del bosque

Una noche de escalofríos

Por Katherine y Samira

Era una noche helada en la Patagonia. El viento silbaba entre los árboles del bosque y el crujido de las ramas sonaba como huesos rompiéndose. El silencio se interrumpió de pronto por un ruido grave, profundo, como si una piedra gigante rodara montañas abajo.

Entre las sombras apareció el cahuacahua: una criatura enorme, cubierta de un espeso pelaje oscuro. Medía más de 10 metros, y sus ojos brillaban como brasas en la penumbra. A pesar de su tamaño, se movía con agilidad, saltando de árbol en árbol, dejando tras de sí un fuerte olor nauseabundo, como carne podrida.

Yo estaba con mis amigos alrededor de una fogata cuando lo vimos. Primero sentimos las ramas quebrándose muy arriba, después un golpe seco contra el piso que hizo temblar la tierra. El monstruo rugió, y el aire se llenó de un hedor insoportable que quemaba la garganta. El cahuacahua comenzó a perseguirnos, balanceándose entre los árboles con una fuerza descomunal.

Su aliento era tan fétido que los animales huían despavoridos. Gritamos, corrimos entre la oscuridad, pero sus pasos retumbaban cada vez más cerca, como un trueno que no se detiene. De repente, el monstruo se detuvo. Nos miró fijo con sus ojos incandescentes y lanzó un alarido tan agudo que nos hizo caer al suelo, tapándonos los oídos.

Cuando levantamos la vista… ya no estaba. Solo quedaban las ramas partidas y ese olor horrible flotando en el aire. No sé si nos seguía vigilando desde lo alto de los árboles o si simplemente desapareció.

Pero desde aquella noche, cada vez que el viento sopla fuerte entre las montañas, sentimos que nos observa, esperando nuestro próximo encuentro.

Previous Post