Dulce hogar
Por Antonella Mi nombre es Nijiro. Vivo en un edificio viejo. Vivo solo; mis padres murieron en un accidente

Por Antonella
Mi nombre es Nijiro. Vivo en un edificio viejo. Vivo solo; mis padres murieron en un accidente automovilístico. Lucho con la depresión.
Un día subo a la azotea del edificio. Decido tirarme, pero presiento a alguien. Había una chica, linda, delicada. Bailaba ballet. Cuando deja de bailar, me dice:
—No te mates aquí, vas a causar problemas a todos.
Me sorprendí por lo que dijo. Me arrepentí. Simplemente la miré y me fui a mi departamento.
Después de un tiempo, golpean la puerta. Me asomo por la mirilla para ver. Era una mujer, pero no una cualquiera: tenía escamas en la cara, como las de un pescado. De la nada, empieza a gritar que le abra. Le sangra la nariz. Me escondo en silencio, esperando a que se vaya. Cuando se va, salgo a ver. Estaba todo lleno de sangre. Se corta la luz…
Con miedo bajo al piso principal del edificio. Estaban todos: el señor Chan, dueño del kiosco de convivencia; su esposa Miyi; el pastor, que es joven, se llama Chanwuo. Pero de la nada, se escucha un grito. Era Fishu, la chica de la azotea.
Cuando voy a ver, estaba la misma mujer que golpeaba mi puerta, queriendo atacarla. Le golpeó la cabeza con un extintor. Agarro de la mano a Fishu y me voy al piso principal. Cuando llego, le digo a todos que cierren las puertas, y justo aparece su hermano, Alice. Al cerrar las puertas, suenan unas alarmas en los celulares. Decían que había una infección terrestre: te salían partes de un animal y te volvías salvaje. Uno de sus síntomas era un sangrado de nariz muy fuerte.
Pasaron tres días. Yo me sentía mal, mareado, con dolor de cabeza. De repente… me sangra la nariz. Todos, al darse cuenta, me aíslan. Pasan los días. No me había convertido. Me dejaron salir.
De repente, algo tira la puerta. Era un chico. Tenía rasgos de un tigre. Cuando se me tira encima para atacarme, me convierto en un ocelote. Empiezo a pelear con él. Lo tiro afuera del edificio. Me desmayé.
Cuando me despierto, estaban todos mirándome. Al preguntar qué pasó, me cuentan lo sucedido. Entonces empiezo a escuchar una voz en mi cabeza que me decía que los matara a todos, que no valían nada. Yo me contengo…
Al pasar los días y luchar contra los infectados salvajes, me di cuenta de que yo podía controlar la transformación y convertirme cuando yo quisiera. Decido hablar con todos para irme y encontrar a más gente como yo. Todos aceptan mi decisión.
Con el tiempo, encuentro un grupo de jóvenes, de entre 20 y 23 años. Eran como yo: podían controlar la voz y convertirse cuando quisieran. Me puse muy feliz. No me puse feliz solo por encontrarlos, sino porque era cierto: había más personas como yo.
Pasaron los días. Todos juntos, felices. Cada vez se sumaba más gente: niños, jóvenes y adultos.
Después de todo, estar ahí por fin me hacía sentir en un dulce hogar…