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La maldición del cuerno blanco

POR CELESTE-LUCIANO y MATEO Me levanté temprano con mi esposa, como todas las mañanas. Hacía frío y nos habíamos

La maldición del cuerno blanco

POR CELESTE-LUCIANO y MATEO

Me levanté temprano con mi esposa, como todas las mañanas. Hacía frío y nos habíamos quedado sin leña para la chimenea, así que me abrigué bien y salí a buscar por la montaña para traer leña a la cabaña.

Fui hasta un lugar donde había muchos árboles y me puse a talar. Estuve cortando durante bastante tiempo para poder llevar lo suficiente y no tener que salir, al menos, hasta el día siguiente.

Mientras talaba, escuché un ruido raro y poco entendible. No le di importancia la primera vez. La segunda, tampoco. Pero ya la tercera vez, escuché un «beeeh» que me hizo ir a buscar al animal que lo había hecho.

Después de unos pasos, lo encontré: era un cabrito que parecía estar solo. No era muy grande, parecía tener apenas unos días de vida.

Tras darme cuenta, seguí con lo mío, ya que había salido hace bastante tiempo y no quería preocupar a mi esposa. Durante el camino de vuelta a la cabaña no miré para atrás en ningún momento, pero al llegar, mi esposa me estaba esperando afuera. Me acerqué, y lo primero que dijo fue:

—Veo que te hiciste un nuevo amigo.

La miré con cara de confusión, ya que no entendía por qué lo decía. Giré la cabeza buscando algo y, justo detrás mío, estaba el cabrito. Mi esposa fue hacia él y lo acarició. Ella amaba a los animales. Yo no supe qué hacer, así que entré directo a la cabaña para prender la chimenea.

Mi esposa se encariñó mucho con el cabrito y, después de mucho insistirme, terminé accediendo a adoptarlo.

Como no teníamos dónde dejarlo, decidimos que se quedara dentro de la cabaña.

Varios meses después, la cabra ya había crecido bastante, y tenerla adentro empezaba a ser un problema. Así que decidí hacerle un pequeño corral detrás de la casa.

Mientras la cabra crecía, comía cada vez más, y a mi esposa y a mí ya no nos alcanzaba para alimentarnos. Llegó un punto en el que no quedó otra alternativa que sacrificarla para poder comer. No fue una decisión fácil; era algo que veníamos pensando desde hacía tiempo. No queríamos llegar a ese punto, pero fue la única opción que nos quedó.

Así que eso hice: sacrifiqué y cociné a la cabra, entre lágrimas. Mi esposa estaba completamente negada a la idea de comerla, ya que le había tomado mucho cariño. Mientras yo hacía todo, ella prefirió salir a dar una vuelta.

Yo, mientras tanto, terminé de cocinar a la cabra y mi esposa aún no regresaba. El silencio que había era una mezcla entre miedo y tristeza. Cuando terminé de cocinar, me serví, y ahí estaba yo, sentado en la mesa, contemplando lo que estaba por hacer. Algo me impedía mover los brazos para comer, pero en un momento tomé valor y pude dar el primer bocado. Terminé el plato, aunque realmente no tenía apetito —hacía horas que no comía—.

Después de terminar, dejé el plato para lavar y fui al baño a enjuagarme la cara por lo mucho que había llorado. Lavé los platos y me fui a acostar, ya que me sentía mal. Sin darme cuenta, me quedé dormido.

En algún momento, me desperté porque escuché unos arañazos sobre el piso de madera. Me asusté, pero decidí ir a ver. Salí, y justo en frente mío, había una cabra parada en dos patas, mirándome fijamente.

Del susto, me desperté.

Ya estaba anocheciendo, y mi esposa todavía no había vuelto. Me levanté y me quedé un rato afuera. Como seguía sin llegar, fui al baño para lavarme la cara, ya que estaba muy cansado y no veía bien las cosas.

Al rato llegó mi esposa. No intercambiamos palabras; se fue directo a dormir. Yo, un poco extrañado por la situación, decidí hacer lo mismo.

Cuando entré a la habitación, ella se quedó mirándome raro, pero no le di importancia. Me acosté y me dormí.

Al día siguiente, cuando me desperté, mi esposa estaba en la cocina preparando el desayuno. La saludé y, cuando se dio vuelta, se le cayó la taza que tenía en las manos.

—Tenés algo extraño en la cabeza… —dijo, atónita.

Yo intenté contestarle, pero lo único que salió de mi boca fue:

—Beeeeh.